sábado, 24 de marzo de 2012

Mapa mental de una despedida

La Ciudad, xilografia, Frans Masereel (1925)

Esta semana pensando como vincular la película o la novela La virgen de los sicarios (1994) con el concepto de nación, llegué a una lectura titulada Narrar/leer/estudiar: La ciudad latinoamericana de Sarah Mujica, profesora de critica literaria de la Universidad Javeriana, donde se hace referencia al artículo del urbanista Kevin Lynch titulado The Visible shape of the shapeless metrópolis (1965), el cual enuncia que la propiedad de la ciudad es de los habitantes y no de los que teorizan sobre ella, o sea arquitectos, urbanistas, diseñadores, etc. Y donde se hace referencia al concepto del Mapa Mental que representa la imagen del espacio urbano que tienen los ciudadanos y que se forma a través de los recorridos y usos que estos hacen de y en la ciudad. Leyendo esto me ponía a pensar en la Medellín de La virgen de los sicarios, una ciudad fragmentada, por supuesto, que solo se nos muestra a través de los recorridos que de ella hace el gramático Fernando Vallejo a su regreso después de 30 años de destierro. Ese recorrido en una ciudad que apenas de despierta después de esa pesadilla que fue Pablo Escobar y que no se acabaría del todo, es un recorrido salpicado de sangre dejando claro que Colombia no tiene posibilidad de redención y que lo mejor es su destrucción, en palabras de Vallejo, por supuesto. Pero lo que me interesa no son los comentarios tremendistas del autor, que a pesar de todo dice que ataca a Colombia porque la ama, y quiere que muera para que deje de sufrir. Para mi es solo un llamado de atención a los poderes que nos gobiernan, en todos los sentidos, y una invitación a querer el territorio donde nacimos. En definitiva una muestra de amor de Vallejo.

Benedict Anderson en su celebre libro Comunidades Imaginadas (1983) nos habla del concepto de la nación a la que pertenecemos de acuerdo a la capacidad de imaginarnos inmersos en una comunidad, donde nos une la lengua, las costumbres y el sentirnos participe de idearios comunes. Entonces pienso en la comunidad a la que pertenecen aquellos sicarios de Vallejo y como dibujan su ciudad y me doy cuenta que pertenecemos a territorios diferentes, con espacios urbanos disimiles que pueden confluir en los momentos oscuros de violencia que cada ciudad posee. Como cuando la violencia confluye en Cali en el espacio urbano de los que queremos, obligándonos a despedidas y ausencias que de forma natural deberían producirse veinte o treinta años después. El escenario puede ser el mismo pero el mapa mental difiere, no es la misma ciudad donde se asesina que la misma ciudad donde se vive, las cuatro paredes donde encuentran un cuerpo muerto no pueden reproducir  y generar la misma abstracción y sentimientos que horas antes producían para la victima, aquella que dibuja su espacio personal, intimo y sagrado donde se siente protegido por los dioses y demonios que ve y conviven en su interior. La imagen que tenemos de una pila de libros leídos y recreados en estas cuatro paredes no será ya la misma una vez la muerte ha entrado y se ha ido con la certeza de la impunidad.

Creo que ya no me interesa en este escrito integrar la película con la nación, ni la ciudad con la comunidad imaginada que cada quien lleva junto con sus sueños y temores; ahora solo me interesa tratar de comprender lo difícil que se ven las despedidas cuando se está a miles de kilómetros de Cali, cuando no se puede estar allí para retener el olor de la ciudad, el movimiento de las hojas o la memoria de nuestro recorrido por las calles y aceras que nos llevan a esa ultima despedida y que nos pertenecerían por siempre de forma irrepetible y exclusiva.

¿Cómo funcionan las ciudades en la vida real? Es el titulo de una entrada del blog de Anatxu Zabalbeascoa titulado Del tirador a la ciudad, donde se hace referencia al trabajo de la activista y teórica del urbanismo Jane Jacobs y su libro Muerte y vida de las grandes ciudades (1973) ó Muerte y vida de las grandes ciudades americanas (?) que viene a ser la defensa de la ciudad no proyectada. Ella escribía sobre la población de las grandes ciudades, conformada esta por una mayor cantidad de personas desconocidas que conocidas, sobre la existencia de mas extraños que habituales, como una reunión social donde termina por aparecer la barbarie y la inseguridad real – no imaginaria – que mantiene a los ciudadanos recorriendo siempre la ciudad que les parece más segura, construyendo un mapa ya no por aventura sino por miedo y precaución. Me pregunto: ¿Y que sucede cuando no solo nuestras aceras, calles, antejardines, postes, porterías, tiendas y escaleras se vuelven inseguras, sino también el espacio donde nos recluimos cada noche para perdernos en nosotros mismos, para convivir y confrontarnos con nuestros secretos? Entonces ya no solo la ciudad de nuestros recorridos se vuelve ajena, sino también casi nuestra propia cama. La seguridad de nuestras ciudades no debería depender de la fuerza policial, sino de sus ciudadanos, conocidos o extraños entre si, como una comunidad imaginada y cohesionada.

Ha muerto alguien en Cali en su propio espacio seguro y tranquilo, por personas que no le eran del todo extrañas, pero Cali se levanta al siguiente día ignorando la violencia que lleva por dentro y que la relaciona con la Medellín de Vallejo, y pareciera que al igual que en la película o en la novela su muerte fuera una muerte mas inserta en las estadistas de un departamento gubernamental, pero aún hay personas que sienten su muerte, que maldicen hasta la ciudad que nos pertenece y que imaginan un ultimo encuentro imposible desde la misma Cali asesina o desde cualquier ciudad donde el nombre de la victima sea nombrado.

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