miércoles, 26 de septiembre de 2012

El otro diluvio





Esta semana he oído y leído historias sobre el diluvio, no solo el diluvio que leemos en La Biblia, proveniente del Pentateuco judeo-cristiano (antigua Mesopotamia), sino también los diluvios provenientes de las Metamorfosis de Ovidio (la Roma de Augusto), del Popol Vuh de la región del Quiché (Guatemala) y de los Ritos y tradiciones del Huarochirí de la costa/sierra central del Perú. Todos guardan conexiones o coincidencias como si pudieran quizás ser una misma historia, posible o no geográfica y temporalmente, pero unidos en forma de mitos e imágenes que nos llegan desde las lecturas infantiles. La historia del diluvio se repite, como un pequeño fractal en algunos casos y que vemos a través de los noticieros o a través de la conectividad de nuestros computadores, celulares o tabletas. Del otro diluvio que quisiera traer voy a transcribir palabras que lo han narrado, ejerciendo la libertad del lector y escribidor para tomar las frases del relato impreso, escogerlas, saltearlas y ponerlas como si estuvieran originalmente unas al lado de las otras: la destrucción del relato o la invitación caótica de su lectura; haciendo énfasis en que he escrito invitación caótica y no lectura caótica.


… sopló un viento espeso y oscuro que barrió en una amplia vuelta redonda el polvo y la dura yesca de mayo. Entonces llovió. Y el cielo fue una sustancia gelatinosa y gris que aleteó a una cuarta de nuestras cabezas. Llovió durante toda la tarde en un solo tono. En la intensidad uniforme y apacible se oía caer el agua como cuando se viaja toda la tarde en un tren. Pero sin que advirtiéramos, la lluvia estaba penetrando demasiado hondo en nuestros sentidos. La tierra áspera y parda de mayo se había convertido durante la noche en una sustancia oscura y pastosa, parecida al jabón ordinario. Y así lo hicieron, mientras la lluvia crecía como un árbol inmenso sobre los árboles. Vi a mi padre sentado en el mecedor, recostadas en una almohada las vértebras doloridas, y los ojos tristes, perdidos en el laberinto de la lluvia. Estábamos paralizados, narcotizados por la lluvia, entregados al derrumbamiento de la naturaleza en una actitud pacífica y resignada. Aterrorizada, poseída por el espanto y el diluvio, me senté en el mecedor con las piernas encogidas y los ojos fijos en la oscuridad húmeda y llena de turbios presentimientos…


Para los interesados en leer sobre los cuatro diluvios, dejo aquí este enlace: http://lamaquinacultural.wordpress.com/2012/09/27/la-gran-inundacion/

Para los que quieren leer, releer o completar el caos del relato desordenado, les dejo este enlace del Monólogo de Isabel viendo llover en Macondo (1955):

Exterioridad y conectividad de poesías



Marilyn Monroe (1926-1962)



Recorriendo textos, nombres, fechas y hechos se encuentra la poesía de Ernesto Cardenal (Nicaragua, 1925), quien juega con sus palabras y lo que vemos a través de ellas. Lo leemos superponiendo una mujer rubia que nos deslumbra aún en la pantalla con el rostro que reconocemos de Marilyn Monroe y la mujer que soñó ser estrella de cine. El poema se titula Oración por Marilyn Monroe. No es este el poema que transcribo, acaso es lo que pudo haber escrito ella si su muerte realmente hubiera sido un suicidio:


Adiós.
Salgo como de un traje
estrecho y delicado
difícilmente
un pie
después despacio
el otro.
Salgo como de bajo
un derrumbe
arrastrándome
sorda al dolor
deshecha la piel
y sin ayuda.
Salgo penosamente
al fin
de ese pasado
de ese arduo aprendizaje
de esa agónica vida.

(1961)...
...solo la fecha, un año antes de su muerte. La autora no fue Marilyn, tampoco Cardenal, fue otra mujer que apenas voy conociendo y a la que llegué a través de las novelas y cuentos de su amante, el escritor no profesional de apellido Onetti.

miércoles, 19 de septiembre de 2012

Las Máscaras


Untitled (Three women´s faces) 1964, Daniel Broadbender 


En un blog leí que etimológicamente, persona significa máscara y que vivimos rodeados de máscaras, algunas más burdas que otras, pero todas falsas al fin y al cabo. A Eric Rohmer no le importaba contar la realidad en sus películas, solo le bastaba con contar la versión de dicha realidad a través de la percepción de cualquiera de sus personajes, y creo que en definitiva es lo mas sano y sensato, pues la realidad de una historia no existe, o mejor, existen tantas realidades como máscaras, y tantas máscaras como personajes de dicha historia. 

En este verano empecé por tratar de terminar de leer un ensayo de Vargas Llosa sobre la narrativa del escritor Uruguayo Juan Carlos Onetti, un largo ensayo publicado bajo el titulo El viaje a la ficción (2008), una lectura que en medio de sus virtudes y defectos me llevo a leer, sin ningún tipo de pretensión o prisa, algún relato o novela corta de Onetti, reencontrándome con mi segunda lectura de El Pozo (1939), en la cual encontré nuevas claves y de seguro nuevos malentendidos. 

Las máscaras en Onetti pueden ser infinitas y caprichosas, como la intención de Eladio Linacero que en El Pozo nos comparte su obsesión y necesidad imposible de reproducir un hecho pasado, de volver a estar "donde se estuvo" para, como dice atrapar el pasado y recuperar a la Ceci perdida, la que ahora duerme a su lado pero con una máscara diferente. Eladio pretender despertar aquella noche a Ceci para llevarla, sin explicaciones, a la misma calle donde se vieron antes de casarse, para hacerla caminar y venir hacia él como aquella vez. Ceci sin comprender nada lo hace, camina una y otra vez, se va y regresa, pero ya nada es igual, no tiene la misma cara, no piensa lo mismo. La derrota de Eladio se repite una y otra vez en la narrativa de Onetti, se repite en el relato Un sueño realizado (1941) y en muchos más, así como se repiten a veces los sueños, las personas, los odios, los amores y las lecturas. 

La segunda lectura de Onetti no es la segunda, es realmente la primera y siempre se mantendrá así.
Eric Rohmer podría haber filmado alguna historia Onettiana, acaso si no hubiera sido tan receloso por trabajar sobre sus propias historias o tan desconfiado para girar sobre sus propias máscaras.

Dos preguntas sobre fantasmas: ¿Existió Don Quijote?, ¿Existe Latinoamerica? dos preguntas que escuché esta semana y sobre las cuales pienso en una posible respuesta de que seguro es falsa: Existe Santa Maria o Santamaria, aquel lugar cercano al Río de la Plata donde regresan y caminan los personajes de los que escribió Onetti, aquellas máscaras que ya que su relator se ha ido, caminan una y otra vez sin el cuidado o la preocupación de repetirse en un libro muerto.


Juan Carlos Onetti ( 1909-1994)