Pedro Juan Gutiérrez, Centro Habana.
Cuentos o
relatos de dos o tres páginas, escenas crudas de La Habana, de Cuba; quizás no
aptas para todos los lectores. Algún vestigio de poesía, de simpleza, de una cotidianidad
apabullante que aplasta y hace sangrar. Insuficientes e imprecisos adjetivos
para acercarme a la literatura de Pedro Juan Gutiérrez (Matanzas, Cuba, 1950). Hace
un año o dos una estudiante cubana del doctorado me escribió este nombre entre
sus recomendaciones de la narrativa de su país, en ese entonces yo andaba un
poco más propenso a leer a Wendy Guerra (La Habana, Cuba, 1970), ganadora del
primer Premio de Novela Bruguera en el 2006 con su novela Todos se van (nota curiosa: se lee en los preliminares de la novela
publicada que dicho premio se otorgó por un jurado único, el escritor español
Eduardo Mendoza, lo anterior no le quita calidad a la obra pero si le agrega
cierto morbo). De Wendy Guerra compré su novela sobre el itinerario de Anais
Nin en Cuba titulada Posar desnuda en La
Habana (2011) y de la cual no terminé del todo atrapado aunque completé todas
sus 197 páginas. Ahora leo Todos se van
y encuentro que se conecta de forma más directa con lo que por lo menos ahora
quiero leer.
Veo en el Facebook
fotos de La Habana, visitas, viajes que muestran un cielo muy azul, despejado y
también una ciudad que pareciera que no terminara de descascararse nunca. La
ciudad de Pedro Juan y de Wendy, la misma y diferente a la vez…
Por ahora escojo
el paisaje que describe Pedro Juan, un paisaje un tanto diluido entre el asco y
el denominado “realismo sucio” con que se nombra su literatura. Escojo un párrafo
no sucio para lectores castos…si es que estos existen…
“Cuando me quede solo tenía
mucho tiempo para pensar en todo eso. Yo vivía en el mejor sitio posible del
mundo: un apartamento en la azotea de un viejo edificio de ocho pisos en Centro
Habana. Al atardecer preparaba un vaso de ron muy fuerte, con hielo, escribía
unos poemas duros (a veces medio duros,
medio melancólicos) que dejaba por ahí, en cualquier lugar. O escribía cartas.
A esa hora todo se pone dorado y yo miraba mis alrededores. Al norte el Caribe
azul, imprevisible, como si el agua fuera de oro y cielo. Al sur y al este de
la ciudad vieja, arrasada por el tiempo, el salitre y los vientos y el
maltrato. Al oeste la ciudad moderna, los edificios altos. Cada lugar con su
gente, sus ruidos y su música. Me gustaba beber el ron en el crepúsculo dorado
y mirar por las ventanas o quedarme un buen rato en la terraza, mirando la
entrada del puerto, con esos viejos castillos medievales, de piedra desnuda,
que en la luz suave de la tarde parecen aún más hermosos y eternos. Todo eso me
estimulaba a pensar con alguna lucidez. Pensaba por qué mi vida era así.
Intentaba entender algo. Me gusta sobrevolarme, observar de lejos a Pedro Juan.”
Pedro Juan Gutiérrez, “El
recuerdo de la ternura”. Trilogía Sucia
de La Habana.
Entrevista Pedro Juan Gutiérrez
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