miércoles, 27 de abril de 2011

La vida en Biutiful






La última escena de la película está envuelta en blanco, cuando dos personajes que ya han dejado este mundo finalmente se reencuentran: Uxbal (Bardem) y su padre. Un Uxbal demasiado golpeado por su enfermedad pero aún más por la vida misma se encuentra con la figura de su padre muerto joven en México muchos años atrás; esa última escena está envuelta en un blanco que pudiera ser la nieve de los pirineos, los mismos a los que Uxbal decidió no acudir en compañía de su esposa y sus hijos a conocer la nieve. En estos pirineos de la última escena, después de la muerte, finalmente Uxbal empieza a reconocer a su padre, y entonces se crea la sensación que tal vez muchos años después él pueda repetir la escena con su hijo Mateo, pues quizás no ha sido casual que este fuera castigado por su madre y dejado solo en casa en el viaje a los pirineos que finalmente emprenden solas la madre y la hija. Uxbal encuentra a su hijo solo abandonado en la cama así como él fue abandonado en la vida que le toco vivir.
Una vez que Uxbal conoce que a su vida solo le restan dos meses, empieza a ser más tolerante con Mateo, empieza así una relación que se suaviza con la idea de la muerte y la idea de un abandono que ya él vivió en su niñez y que la vida le obligara a repetir con sus propios hijos.
Uxbal corre contra el tiempo y se trata de aferrar a la vida o la idea de una vida menos dura para sus hijos cuando su ausencia sea una realidad. Pero Uxbal no se despide de Mateo, por lo cual la película nos deja con una historia padre-hijo que se repetirá con el tiempo, por lo menos para mí. Este encuentro inexistente entre Uxbal y su hijo es contrastado con el momento de su muerte y la pausada despedida que sostiene con su hija Ana de diez años mientras duermen uno al lado del otro en la misma cama y ella recibe el anillo que alguna vez fue de sus abuelos.
La vida en Biutiful es dura, representando la realidad de un hombre que se despide, en medio de sus remordimientos, sus culpas y su reticencia a aceptar lo inevitable. La vida se extingue, y aunque la música de Gustavo Santaolalla de fondo propone conservar restos de tranquilidad en un mar de desconsolación, las escenas de Iñárritu nos invitan a recordar la fragilidad de la vida, la importancia de cada minuto compartido, la futilidad del dinero cuando se acerca el final (por exceso o por carencia) y la evidencia que a veces parece oculta sobre un mar de pretendida opulencia: que todos tenemos las mismas necesidades y que en el fondo todos nos necesitamos.


martes, 5 de abril de 2011

Niemeyer, Brasilia y la longevidad en el arte




Congreso Nacional de Brasil, Brasilia

El 21 de Abril de 1960, después de tres años y medio de construcción, se inauguró la nueva capital de Brasil, una ciudad alejada de la playa y las garotas de Rio de Janeiro y ubicada al suroeste del estado de Goiás. Para este proyecto, el presidente Juscelino Kubitschek recogió propuestas que venían desde 1716 para trasladar la capital al interior del país. El 23 de Octubre de 1956 se iniciaron las obras de construcción de la ciudad que André Malraux denominó como la capital de la esperanza. Para su diseño y construcción se abrió un concurso que sería otorgado al arquitecto Lucio Costa, quien diseñaría la nueva urbe, dejando a cargo de su ex alumno, Oscar Niemeyer, la responsabilidad del diseño de los edificios públicos y a Roberto Burle Marx el diseño del paisaje.

Pero mí llegada a la historia de Brasilia y a la historia de Niemeyer no se dio por un viaje ni por el estudio formal o informal de la arquitectura, pues aunque no soy arquitecto ni puedo decir que alguna vez pensé en serlo, siempre me he sentido atraído por algunas construcciones con las que aprendí a convivir en mi ciudad y por otras que las políticas ciegas de urbanismo se empeñaron en demoler. Es a través del cine francés de Philippe de Broca y su película de 1964 titulada El Hombre de Rio que llego a Niemeyer y a Brasilia, pues aunque la trama se inicia en París, pronto la acción continua con una bella Agnés (Francoise Dorleac) llevada por la fuerza al Brasil, para ser rescatada por Adrien (Jean Paul Belmondo) recorriendo una ciudad en construcción, en medio de andamios de la que sería la nueva capital del quinto país más grande del mundo.

Niemeyer nace casi con el siglo pasado, 1907, y aún sigue vivo y respirando arquitectura a sus 104 años. Como su profesor Lucio Costa, fue promotor y seguidor de las ideas de Le Corbusier (1887- 1965) en Brasil. Actualmente es considerado uno de los arquitectos más influyentes y uno de los pioneros en el uso de la exploración del hormigón armado. Su primera obra reconocida tal vez es la Iglesia San Francisco de Assis (1943) en Belo Horizonte en el denominado Pampulha Complex. Siguiendo después con el Edificio Copan (1951) en Sao Paulo, el mayor edificio residencial del mundo, con 38 pisos de altura y 1.160 apartamentos distribuidos en la estructura de esta curiosa mole de hormigón en forma “S” que para muchos es el mejor ejemplo de la arquitectura urbana brasilera de los años cincuenta.

Ya para el periodo comprendido entre 1956 y 1960, se dedica a Brasilia, la capital que destronaría a Rio y que  buscaría concentrar los poderes ejecutivo, legislativo y judicial de un país envuelto por la orientación socialista de Kubitschek. La misma Brasilia que al mismo Niemeyer en su primera visita durante el reconocimiento del terreno le pareció ubicada en el fin del mundo, pues el traslado del cemento viajaba más de dos mil kilómetros por vía aérea en un país que estaba acostumbrado a sus anteriores capitales costeras: Salvador Bahía y Rio de Janeiro. La construcción de la ciudad, en un lapso de tres años le dio al pueblo Brasilero, en palabras de Niemeyer, la idea de que se podía lograr lo que se propusieran. Niemeyer se sintió cómodo con Brasilia pues realizó la arquitectura que más le gustaba, aquella que es libre y se relaciona con las curvas de forma emocional e inteligente. Brasilia ostenta el honor de ser la única ciudad construida durante el siglo XX reconocida por la Unesco (1987) como patrimonio cultural de la humanidad.

El eje central de Brasilia está formado sobre la idea de Lucio Costa de una ciudad en forma de cruz que apunta hacia el noroeste y que terminó en planos convertida en forma de avión, sobre la cual Niemeyer ubicó los edificios gubernamentales en lo que sería la cabina de dicho avión, rodeada de dos avenidas de ocho carriles. 
Entre los pilares que dejó Niemeyer en Brasilia se destacan el edificio del Congreso Nacional con sus torres gemelas, erigidas en medio del domo y del plato invertido; la Catedral Metropolitana de Nuestra Señora Aparecida o Catedral de Brasilia con su estructura hiperboloide construida de hormigón y su techo de vidrio que se alza hacia el cielo, el Palacio del Planalto rodeado del espejo de agua que duplica de forma eterna su imagen y que sirve de sede del Gobierno, El Museo Nacional de la Republica con su estilo minimalista y su forma esférica brotando de la superficie, el Palacio de la Alvorada donde tiene su residencia el presidente y que fue uno de los primeros edificios construidos en la capital con 7.000 mts2 ubicado sobre una península a orillas del lago Paranoá, el cual es un lago artificial con 40 kms2 de extensión, 48 metros de profundidad y cerca de 80 kms de perímetro que fue ideado para abastecer de agua a la ciudad.


Palacio del Planalto, Brasilia

Niemeyer, sigue hoy tan activo como siempre, se define como un hombre sencillo que sigue llegando a su oficina ubicada en Rio a las 9.00 am y que dibuja todos los días, su arquitectura la han definido como tecnología engarzada con naturaleza y en sus palabras Niemeyer deja ver sus convicciones: El verdadero reto para la arquitectura del futuro está planteado por la tecnología y la tecnología nunca ha sido tan generosa con la arquitectura. Pero el arquitecto tiene que ser capaz de reflexionar también sobre otras cosas además de la arquitectura. La política, la filosofía, la literatura, la música, las artes visuales, todas esas disciplinas desempeñan un papel igual de importante que la ingeniería. Los arquitectos deberían querer ser ante todo intelectuales. Quiero seguir construyendo para los seres humanos, para permitirles encontrarse con otros seres humanos. Una arquitectura que organice encuentros humanos, eso es lo que me interesa. Y para eso dibujo todos los días

Por ahora Niemeyer, a sus 104 años, acaba de inaugurar el pasado 28 de marzo el Centro Cultural Internacional Oscar Niemeyer ubicado en Avilés, España, a un costado del rio Avilés; y su obra que rebasa los límites de la longevidad me lleva a recordar la de otro creador, la del director portugués Manoel de Oliveira quien a sus 102 años presentó en el festival de Cannes 2010 su película número 42, El extraño caso de Angélica, demostrando que el mundo de las ideas algunas veces no reconoce el paso del tiempo. Oliveira que en sus inicios fue actor en épocas del cine mudo y que se atrevió a filmar la continuación de la inmortal película de Buñuel, Belle de Jour, (Belle Toujours, 2006) piensa como Niemeyer que la muerte es una condición absoluta, pues es la única certeza que se tiene, y que la fuerza que lo mantiene vivo son sus proyectos que nacen y se alimentan cada día y que lo invitan a levantarse cada mañana.


Oscar Niemeyer, 2011


El Extraño caso de Angélica, Manoel de Oliveira, 2010

miércoles, 30 de marzo de 2011

Segunda mirada a Jean Seberg

Jean Seberg


Después del tiempo y de los años (que no siempre son los mismos) escribe Carlos Fuentes la historia de un escritor que lo deja todo por la misma mujer que en una película de Godard decía: No se si no soy feliz porque no soy libre, o no soy libre porque no soy feliz. El escritor se enamora de ella solo al verla y escribe: Esa sonrisa me encantó. Podía repetirla, me dije a mi mismo, cuantas veces quisiera, durante siglos, sin cansarme nunca. Y así a través de las páginas vamos conociendo la visión personal que Fuentes esconde detrás del personaje de Diana Soren en Diana o  la cazadora solitaria (1994), cambiando todos los nombres al evitar nombrar el de Jean Seberg, viviendo un romance tormentoso que terminaría al poco tiempo con un final que ambos presentían y en el fondo anhelaban. La historia del escritor/Fuentes y Diana/Jean pasaría a la pantalla años después cuando Ricardo Franco en la etapa final de su vida decide filmar la película que quedaría inacabada al momento de su muerte. Lágrimas Negras (1999). Esta representa la vida de Andrés y su encuentro con Isabel, una mujer enigmática y bellamente protegida por su locura, la cual la sitúa en una playa diciéndole a él: estoy tan cansada, ya no puedo más… tú crees que yo podré ser feliz algún día?  De igual forma Andres/Franco como Isabel/Jean saben el final, y los textos de la novela de Fuentes podrían mezclarse con los diálogos de la película de Franco, pues ambos giran alrededor del mismo amor imposible y sin sentido que tuvo como eje común la mujer de la película de Godard que enamoró a  los franceses en los años sesentas, la inolvidable Seberg que como en el poema de Dickinson se preguntaba Soy nadie, quien eres tú? ¿Eres nadie también? Entonces somos dos... mientras corría a la rivera del rio en su natal Marshalltown, lejos de la fama y del destino. La misma que habla con Fuentes y se despide:

-          Me angustia la idea de las parejas que se pierden.
-          No te entiendo.
-         Sí, las parejas que pudieron ser pero que no fueron, les couples qui se ratent, ¿sabes?, que se cruzan como barcos en la noche. Eso me angustia mucho. ¿Te das cuenta de cómo ocurre eso, con qué frecuencia?
-         Todo el tiempo – le dije acariciándole la cabeza reclinada sobre mi pecho – Es lo más normal.
-          Qué felices somos, mi amor, qué afortunados…
-          Désolé, pero somos demasiado normales.
-          Désolé.









viernes, 25 de marzo de 2011

El Paraiso de la Infancia

Liv Tyler/Lucy (Stealing Beauty, 1995)


Recorriendo las cosas que ya ni existen, recuerdo haber visto en el desaparecido teatro /cine Bolívar de la Av. Sexta una película de Bertolucci titulada Belleza Robada (1995). Creo que corría el año 1997 en una época en que solía coleccionar El Magazín Dominical de El Espectador todos los domingos. En el leí un reportaje a Onetti con motivo del lanzamiento de la que sería su última novela Cuando ya no importe (1993) y algunos cuentos inéditos que me iniciaron, tardíamente creo, a su lectura. Dos cosas relacionadas con Bertolucci y con Onetti busqué después durante varios años, y la demora en conseguirlas no se debió a su dificultad, sino a mi situación particular con relación al valor de dichas cosas: la primera fue el cd de la banda sonora de la película de Bertolucci, recuerdo que en Cali fue imposible conseguirla, y debí ir dos veces a Bogotá para disponer del tiempo de ocio y verla en Tower Records a un precio inalcanzable; finalmente la compré años después en Cali cuando ya no pesaba tanto la etiqueta de “Importado”. Creo que aunque es absolutamente irrelevante, me atrevo a decir que mientras escribo esto, suena en mi itunes Glory Box de Portishead, y que de igual forma la combinación de años, estilos y voces hacen de esta banda sonora una de las dos mejores que he escuchado hasta ahora: Hoover, Axiom Funk, John Lee Hooker, Nina Simone, Cocteau Twins, Lori Carson y al final Sam Phillips enmarcan una atmosfera del verano italiano que escoge Bertolucci para encerrar un secreto, un descubrimiento y más que nada un recuerdo; el cual está atravesado por la cara angelical y devoradora de Liv Tyler y su mirada por momentos perdida e inocente. Acaso ella podría ser la Bichi, la Beatriz del cuento Bichicome de Onetti, la niña de cinco o seis años que el narrador conoce y ve crecer durante las visitas a la casa de sus padres, la que se pasea entre las conversaciones de adultos y que sin pedir permiso deja de ser una criatura para convertirse en una mujer de cabellos largos y rubios que juega entre tules violetas; la misma que se funde con la Lucy de Bertolucci para pasar su lengua frente al espejo y verse retratada y deseada y prohibida. Pudiera ser la misma que aparece en Bichicome o en mi segunda búsqueda: la novela de Onetti Cuando ya no importe, la cual finalmente compré en ese año 1997 y que contiene en su formato de diario una entrada del 20 de diciembre así: (Escribo, con toda franqueza, que me es imposible saber o inventar en qué año, a qué altura de la edad de la niña, apareció su cabecita rubia para decorar, oportuna o no, mis soledades nostálgicas enfrentado al río como si me importara. Había crecido mucho pero aún no era señorita.) Liv Tyler/ Lucy en la película, no es rubia, ni es ya una niña, es solo el recuerdo de una niña que recibía cartas de amor de un enamorado inadvertido, la misma que ahora regresa a reencontrarse para verse una vez más en su paraíso perdido y dejarse querer por los amores que alguna vez presintió. Para mi pareciera que todo se junta, Belleza Robada, Bichicome, Cuando ya no importe, la voz de Sam Phillips exigiendo amor… y es cuando juego a creer que las cartas que recibió Lucy las pudo haber escrito un Onetti maduro o derrotado que busca entre sus amores la cara de una niña que lo mire sin el pecado que imponen las batallas perdidas y los años juveniles.


Cuento de Onetti: Bichicome

viernes, 18 de marzo de 2011

De Eduardo Galeano


Hay un libro de Eduardo Galeano que ya estaba cuando tomé conciencia de la biblioteca de mi casa, una que fue moldeando mi padre durante su juventud y que terminó abandonando lentamente, a cuenta gotas, en sus últimos años; allí encontraba libros tan disimiles como Demian de Hesse o una novela editada por Círculo de Lectores de Laurence Sanders titulada El Soñador. El libro de Galeano es Días y Noches de Amor y de Guerra (1978), y el viaje por el que nos lleva Galeano es triste, edificante y esperanzador, un viaje que trasciende las fronteras de Argentina, Uruguay, Paraguay y Brasil, con un hilo conductor que esperamos no repetir nunca más: el de las dictaduras en Latinoamérica. 


Del libro de Galeano, dos fragmentos….


INTRODUCCIÓN A LA HISTORIA DEL ARTE
Ceno con Nicole y con Adoum.
Nicole habla de un escultor que ella conoce, hombre de mucho talento y fama. El escultor trabaja en un taller inmenso, rodeado de niños. Todos los niños del barrio son sus amigos.
Un buen día la alcaldía le encargó un gran caballo para una plaza de la ciudad. Un camión trajo al taller el bloque gigante de granito. El escultor empezó a trabajarlo, subido a una escalera, a golpes de martillo y cincel. Los niños lo miraban hacer.
Entonces los niños partieron, de vacaciones, rumbo a las montañas o el mar.
Cuando regresaron, el escultor les mostró el caballo terminado.
Y uno de los niños, con los ojos muy abiertos, le preguntó:
-Pero... ¿Cómo sabías que adentro de aquella piedra había un caballo?


PAJAROS PROHIBIDOS
1976, en una cárcel del Uruguay:

Los presos políticos uruguayos no pueden hablar sin permiso, silbar, sonreír, cantar, caminar rápido ni saludar a otro preso. Tampoco pueden dibujar ni recibir dibujos de mujeres embarazadas, parejas, mariposas, estrellas ni pájaros.
Didaskó Pérez, maestro de escuela, torturado y preso por tener "ideas ideológicas", recibe un domingo la visita de su hija Milay, de cinco años. la hija le trae un dibujo de pájaros. Los censores se lo rompen a la entrada de la cárcel.
Al domingo siguiente, Milay le trae un dibujo de árboles. Los árboles no están prohibidos, y el dibujo pasa. Didaskó le elogia la obra y le pregunta por los circulitos de colores que aparecen en las copas de los árboles, muchos pequeños círculos entre las ramas:
- ¿Son naranjas? ¿Qué frutas son?
La niña lo hace callar:
- Ssshhhh.
Y en secreto le explica:
- Bobo. ¿No ves que son ojos? Los ojos de los pájaros que te traje a escondidas.

lunes, 14 de marzo de 2011

El Caballo de Costa-Gavras


Sissy Spacek, Badlands (1973)



Es interesante  y curioso el ver como recuerdos que parecían no existir, si es que uno puede creer que un recuerdo puede no existir, llegan, reaparecen o renacen de una forma inexplicable. De eso realmente se trata esto. En mi búsqueda desordenada de películas de la Public London Library, me encontré hace algunos meses con la película de Brian de Palma basada en la primera novela, publicada  o exitosa, no recuerdo, de Stephen King: Carrie (1976). Y confieso que lo que más me llevó a la película no fue de Palma, o King, sino la figura ensangrentada de Sissy Spacek en la caratula de la misma. La película, como todas las basadas en las novelas de King, a excepción de The Shining (1980), parecía una más de terror y situaciones inexplicables y fantasiosas. Ya había visto a Sissy Spacek no hace mucho en la película Badlands (1973) de Terrence Malick, la cual fue basada en la historia real de dos almas perdidas, Charles Starkweather y Caril Ann Fugate, que a finales de los años 50´s inician una carrera de asesinatos prefigurando lo que años después haría Olivier Stone en 1994 con Mickey y Mallory Knox en Asesinos por Naturaleza. Aunque para ser más justos, antes de la película de Stone estarían The Sadist (1963) de James Landis y True Romance (1993) de Tony Scott, ambas basadas en la historia nefasta de Starkweather y Fugate. Pero fue a través de la Spacek que llegué a Costa-Gavras y su película Missing (1982), la cual recrea el caso real del norteamericano Charles Horman asesinado durante el golpe de estado de Pinochet en Chile en 1973; y es aquí donde llega el recuerdo: creo que fue en el año 85 ó 86 cuando cursaba séptimo u octavo de bachillerato cuando entró un alumno nuevo a la clase de nacionalidad Chilena, Pablo Oyanedel, y entonces ahora recuerdo el contarme que venía de un país que estaba pasando por un momento difícil y que sus padres se referían a la película de Costa-Gavras como un ejemplo visual de sus miedos. También recuerdo ahora su historia acerca del caballo blanco galopando entre las balas del ejército de Pinochet, sin saber él, ni yo, el origen de ese caballo. Meses después Pablo Oyanedel no volvió más al colegio, y lo que escuché es que desapareció, así, con esa palabra que nunca entendí del todo y que también pasaba en Colombia: el desaparecer. De Pablo no se volvió a hablar más, parece que nadie dio ni pidió ninguna explicación y así todo esto paso al olvido.
Ahora, después de 25 años, mientras veo la película de Costa-Gavras, aparece Sissy Spacek, buscando refugio en las supuestas calles de Santiago durante el golpe de estado, escuchando tiroteos, mientras un hombre corre y ella tras el enrejado de una casa se duerme y se despierta con un nuevo disparo y mira como un caballo blanco huye de las balas, huye de un jeep de soldados, ella lo mira y mientras el caballo emprende una carrera interminable, Sissy parece regresar al sueño, cansada, como si al cerrar los ojos cerrara sus propios miedos. Es entonces cuando, veinticinco años después, el recuerdo inexistente vuelve a aparecer, con una imagen de un caballo que puede simbolizar el pueblo chileno huyendo de la violencia, que puede ser el mismo caballo que cincuenta y cinco años antes cuelga de un puente en la película October (1927) de Eisenstein, o el caballo del Guernica del que Picasso, cansado de las interpretaciones finalmente dijo: “este toro es un toro, este caballo es un caballo… Para mí, es todo, que el público vea lo que quiera.”


Escena del caballo blanco, Missing (1982) - Costa-Gavras:
Música: Vangelis


lunes, 7 de marzo de 2011

Historia de Tokio



     Ella se levantó esa mañana y por un momento pensó en que aún estaba dormida, abrió la ventana de su cuarto y vio toda la ciudad abajo, muy abajo pareciendo despertar. Entonces vio las vallas publicitarias que colgaban en los edificios del frente y no entendió nada. Por un instante se sintió perdida. Hablaba un idioma que no le enseñaron sus padres y que ahora ella enseñaba. Era el sexto día del mes sexto allí y ya sabía que al regresar debía llevarse algo. La vida en hotel no es saludable, o acaso esta en otra parte como en la novela de Kundera. Ahora tenía todo listo para empezar a escribir, tenía el tema y las imágenes, solo le restaba pensar en las caras, el título y en la parte técnica de la filmación. Entonces, sin ser cineasta, empezó a pensar como si hubiera filmado alguna vez en su vida. La ciudad vista desde su habitación podría ser una buena toma para el inicio. Las caras podrían ser las de Valentina y Diego, los mejores y más atractivos estudiantes de su grado tercero, o por lo menos del grado tercero que recordaba hacía veintisiete años atrás. Ella sabía que la historia transcurría en la universidad de Keio, que era a donde había venido a trabajar y donde visualizaba algunas locaciones para la filmación de su historia.


Todas las mañanas tomaba el metro mientras pasaban a su alrededor calles atiborradas de gente, de luces, de preocupación y de afanes; pero de forma contraria veía a sus personajes viviendo en el campus universitario, caminando entre diferentes lenguajes, diferentes espacios y diferentes colores, disfrutando de una lentitud que a ella no le pertenecía. Sentía, sin entender el por qué, que para escribir su historia debía conocer primero la historia del país o por lo menos la historia de la ciudad, conocer algo de sus edificios, de sus calles, de la multitud de gente que iba y venía como peces enfrentados, del Tokio de la noche con sus luces y de la gente de nuevo, que a veces le parecía más bajita que en su país. Eligió así un libro sobre el arquitecto Fumihiko Maki, sin saber que no muy lejos de allí, en el Shonan Fujisawa Campus, había una construcción suya, y cuando le preguntaron el motivo del libro en su maleta, solo pudo argumentar que se debía a la frustración arquitectónica que a pesar de los años se resistía a abandonar.

Esa mañana al abrir la ventana y al ver el libro de Maki entreabierto entre las sabanas, regresó cinco o seis años atrás cuando irse al Japón no estaba cerca de su cabeza. Aquella mañana, cinco o seis años atrás, él se había levantado primero y aunque ella sabía que ya no era la misma persona, había cedido a la tentación de quedarse, de compartir la preparación del Martini que él decía haber leído en los escritos de Buñuel y que había sido el punto de inicio de la relación; y era ese Martini el que aquella noche anterior la había regresado a esa cama luego de permanecer separados por ocho años compartiendo el mismo odio y el mismo olvido disfrazado. Se habían corrido sin hacer el amor, y al levantarse sola, había visto entre las sabanas el libro de Buñuel. Miró por la ventana y vio una ciudad estática. Se sirvió un vaso de agua, se sentó en el espacio del piso donde entraba la luz del día, y mientras él se duchaba, tomó el libro pensando en que todo había sido un error, que él era irreconocible y que ahora ella también lo era. Leyó el título del libro en voz alta Mi último suspiro, lo colocó sobre las películas que él veía de forma repetida desde que se conocían, se vistió rápido antes de que él saliera, escribió una nota y se marchó. Fue la última vez que se vieron.

Ahora, en Tokio, este recuerdo que llegaba de forma fulminante, le animaba a escribir la historia de Valentina y Diego, a escribir los diálogos y a dibujar con sus capacidades limitadas los encuadres de cada escena. En esto pensaba al subir por las escaleras de la biblioteca cuando vio entre los estantes de libros por organizar el mismo libro de Buñuel, lo tomó como si fuera una joya y se olvidó por completo de lo que tenía para hacer ese día. Empezó a leer sin pensar en la excusa que debería decir al siguiente día, leyó la parte de la preparación del Martini que la llevaba al Martini de cinco o seis años atrás, o al Martini del inicio, y decidió que Valentina debía abandonar a Diego huyendo de su cuarto al dejarle una nota. Valentina recibiría una llamada de él antes de su partida a Tokio, y aunque hubiera deseado quedarse, ambos terminarían reconociendo en silencio el estar ya perdidos, como si manejaran diferentes idiomas en una ciudad desconocida. Se despiden sin lágrimas, sin despedirse, como si ninguno entendiera que no se van a volver a ver más. Valentina camina de forma lenta sin mirar atrás, arrastrando su maleta por el pasillo de vuelos internacionales. La cámara enfoca entonces la pista con los aviones que se combinan al llegar y al irse. Entonces ella cierra el libro de Buñuel, para estudiar más sobre Tokio, sobre Maki, dándose cuenta al instante que la historia que tiene por contar nunca llegaría a Tokio, se quedaría en el aeropuerto con la escena de la despedida, entonces piensa en el título, recorre el regreso al hotel en medio de la desesperación por acabar de entender que la historia que tenía para ser filmada ya no puede suceder allí y que debería transcurrir en Cali; entonces prepara su regreso, cuidándose de tomar fotos sobre la ciudad, de filmar las calles que serán el destino de Valentina, de escoger un nombre o de robarse un nombre para su historia, un nombre que signifique el destino de una relación, de una ciudad donde esta nunca tuvo lugar, como si de esta forma se anulara la historia, y escoge así un nombre ya utilizado. Cierra las ventanas del cuarto, se despide de la ciudad aérea que tiene a sus pies, arrastra su maleta para ir a pagar la cuenta y tomar el carro que la lleve al aeropuerto, y mientras recorre la ciudad, mientras ve la gente que camina de prisa de lado a lado, anota en su libreta el nombre para no olvidarlo: Historia de Tokio. 

jueves, 3 de marzo de 2011

La Creatividad en una caja de fósforos


Jean-Luc Godard, Jean Seberg y Jean Paul Belmondo en el rodaje de Breathless (1960).
Camara en mano, una silla de ruedas a manera de dolly, filmada en locaciones reales.


Pensando en escribir sobre creatividad me acorde de una caja de fósforos, pero por razones muy diferentes al vicio de fumar y sus posibles derivaciones; y antes de la caja de fósforos llegan dos casos de creatividad colectiva que enumero a continuación:
1.       La creatividad en la cocina en el caso de Ferran adriá y el restaurante y ahora laboratorio culinario ubicado en Cala Montjoi (Cataluña) y fundado con el nombre  El Bulli-bar por una pareja de esposos alemanes en el año 1962.
2.       La creatividad teatral, y artística en general en el caso de Robert Lepage y su compañía multidisciplinaria llamada Ex-Machina que agrupa actores, escritores, técnicos, cantantes, diseñadores, músicos, programadores, escenógrafos, acróbatas, marionetistas y en cuyo título Lepage puso como condición omitir la palabra teatro. 
En ambos casos está presente la interconexión entre personas especializadas en diferentes campos, tanto en el Bulli como en Ex – Machina se mantiene la búsqueda y la experimentación más allá de sus propias culturas, en el caso de El Bulli probando ingredientes, combinándolos y buscando no solo atrapar nuevos sabores sino nuevas formas visuales para sus recetas, para sus utensilios y hasta para sus platos. En el caso de Lepage sus obras provocan encuentros e interconexiones entre marioneteros y arquitectos, pintores y científicos, programadores y cantantes, todos conectados en la búsqueda de mostrar nuevas sensibilidades a la hora de transmitir un mensaje.

Y pensando en estos grupos creadores y sus obras me llega el nombre de un cortometraje colombiano, que no he visto, titulado La Langosta Azul, el cual está dirigido y escrito por Álvaro Cepeda Samudio (1926-1972) escritor y periodista, Luis Vicens (del que no tengo ninguna información, salvo que era catalán), Enrique Grau (1920-2004) pintor, director, escenógrafo y diseñador de vestuario, y Gabriel García Márquez (1927 - ) escritor y periodista. El corto filmado en 1954 con una duración de 29 minutos cuenta la historia de un agente secreto extranjero que investiga la presencia de radioactividad en unas langostas capturadas en un poblado de pescadores del caribe colombiano; mientras este descansa en su hotel, un gato le roba la langosta azul, entonces él angustiado emprende la búsqueda del crustáceo radioactivo por el pueblo y sus alrededores. En La Langosta Azul actúan Cepeda Samudio, Vicens, Grau y el fotógrafo Nereo Lopez (1920 - ), privándonos de la actuación del premio nobel de literatura, quien años después se sumergiría en el mundo de la creación de guiones cinematográficos y del mundo del cine en general, quizás ayudado por la percepción de Cepeda Samudio, quien le hizo ver que el cine no era una mera cuestión de autores sino ante todo, un asunto de dirección técnica y artística involucrándose así con temas de creación cinematográfica, de producción, de trabajo de actores, detalles técnicos y de búsqueda de audiencia. Y es este tipo de interés exploratorio el que lleva a un creador a interrelacionarse con su entorno espacial y humano para encontrar nuevos caminos y ofrecer medios que se mezclan con el propio.
La Langosta azul es el producto artístico de un trabajo colectivo muy a la colombiana, en el sentido que lo define el escritor y cineasta Heriberto Fiorillo al hablar de este cortometraje: la idea la alimentó Gabo, el que la quería hacer era Álvaro Cepeda Samudio, pero el que sabía cómo hacerla era Luis Vicens. Como diría el propio García Márquez: una mamadera de gallo, o mejor, una mamadera de gallo surrealista.


Ahora dejando el caribe colombiano, se encuentra Roger Vadim (1928-2000) director, guionista y actor francés en los míticos estudios Billancourt dirigiendo su película Relaciones Peligrosas (1959), cuando recibe la visita de un joven de pantalones y chaqueta gastada, el cual usa gafas oscuras mucho antes de que fueran popularizadas por las estrellas de rock, el joven se presenta murmurando su nombre de forma ininteligible y le dice estar preparando una película en la cual habría un papel para su esposa, Annette Vadim. Roger le pregunta por el guión, a lo que el joven le pasa una caja de fósforos donde lo ha escrito y se lo describe: Es la historia de un hooligan, obsesionado con los héroes de las películas americanas. Ella tiene acento y vende el New York Herald Tribune. No es amor, es la ilusión del amor. Termina mal. Bueno, no. Finalmente termina bien. O termina mal. Roger le pregunta si ese es el guión y él contesta que sí, añadiendo que ha filmado documentales y que es un genio. Roger le cuenta la propuesta a su esposa y cuando esta le solicita ver el guión, este le pasa la caja de fósforos. Annette riéndose le dice que no hay caso. Al final Roger le comunica al joven la respuesta de su esposa y este dice que ya se la esperaba. El joven se va y alguien le dice a Roger como se llamaba este: Jean-Luc Godard (1930- ),  la película de la caja de fósforos: Breathless (1960), los actores finales de la misma: Jean Seberg y Jean Paul Belmondo, y el año: 1958 ó 1959, en medio del nacimiento del nouvelle vague del cine francés, y alrededor de todo esto, la creatividad reducida al tamaño de una caja de fósforos.


sábado, 26 de febrero de 2011

Texto sobre Tokio IV, o como escribir basado en la pelicula

Lost in Translation
Director, writer: Sofia Coppola
Bill Murray, Scarlett Johansson
2003


Texto sobre Tokio III, o como escribir basado en las fotos (Jean-Michel Berts)

The Light of Tokio, Assouline

Image: The Light of Tokyo


Gate Meiji Jingu, Tokio 2008



Plum Tree, Tokio 2008
Jean-Michel Berts, Plum Tree, Tokyo


Sensoji Temple, Tokio 2008
Jean-Michel Berts, Sensoji Temple, Tokyo

http://www.jeanmichelberts.com/index_en.html

Texto sobre Tokio II, o como escribir basado en la imagen, el sonido... y el texto (comments)


Comentarios no aleatorios:


 I love this movie for all unspoken, beautiful sound of silence, for all between and behind words, isolation and loneliness so common experience of each of us, beautiful sensual scene without sex when they fully clothed lying in bed, remember?Subtleness&delicatene­ss, nuances&lovely enigma.Sublime healing food for our minds and souls.Soft&gentle like butterfly touch..

Texto sobre Tokio I, o como escribir basado en la imagen y el sonido




Comentarios no aleatorios:


Lovers in Japan is from the 2008 Coldplay album "Viva la Vida".
Lost in Translation came out in 2003.
It is definately possible for coldplay to be inspired by this beauty of a film.

lunes, 7 de febrero de 2011

Una muerte, un premio y una novela



Dos noticias sobre las cuales escribir. Cuando escribí esto en mi cuaderno de papel a manera de borrador, decía que una era más reciente que la otra; ahora, que lo hago de forma digital, debo decir que sobre las dos han pasado ya muchos días. La primera fue publicada con el titulo A Suicide Leaves a Literary Journal and Its Editor in Limbo en el New York Times de Septiembre de 2010, originada en Charlottesville, en la universidad de Virginia. La historia cuenta el suicidio de kevin Morrissey, jefe de redacción del magazín literario de la universidad “The Virginia Quarterly Review” (VQR), el cual ocurrió en las afuera de la ciudad el 30 de julio del 2010 por medio de arma de fuego, dejando una nota sin culpar a nadie, disculpándose, y habiendo tenido la precaución de llamar al 911 para reportar un tiroteo en su ubicación para de esa forma ser encontrado de forma rápida. Kevin Morrissey murió según sus familiares por el trato aspero/cruel de su jefe Ted Genoways (editor del VQR), y según su jefe y la universidad, por un cuadro depresivo conocido y que había llevado a Morrissey a tomar medicamentos semanas atrás. La situación fue lo suficientemente importante e incómoda como para cancelar la edición de otoño del magazín, cerrar de forma temporal la oficina de Genoways y nombrar una editora en su lugar mientras la universidad llevaba a cabo su investigación.

A través de esta noticia trágica llegué al website de VQR, que en ese entonces desplegaba en su página de inicio un artículo en la parte inferior izquierda en las entradas del blog un artículo titulado: How to market a novel, como promocionar/vender una novela, el cual está relacionado a la editorial independiente Melville House Publishing ubicada en Brooklyn y a sus esfuerzos creativos para promocionar su catalogo (aprovecho para hacer la mención de visitar su página y su blog Mobylives). La entrada habla de forma específica de la promoción del libro Every man dies alone de Hans Fallada, y me relaciona con la segunda noticia, ubicada en el mundo literario canadiense donde la opera prima de la escritora Johanna Skibsrud (30 años) The Sentimentalists ganó el año pasado (9 de noviembre) el Scotiabank Giller Prize, el cual premia a la mejor novela canadiense cada año. La noticia es la siguiente: la novela ganadora del año 2009 The Bishop´s Man de Linden MacIntyre vendió 75.000 copias en edición de tapa dura una vez se alzó con el premio, mientras de la novela ganadora de Skibsrud publicada por la editorial independiente Gaspereau Press, solo se había lanzado una edición inicial antes del premio de 800 copias. La editorial debido a su infraestructura en planta de producción (5 personas) solo está en capacidad de imprimir máximo 1000 copias semanales. Ahora que Skibsrud se convirtió en la ganadora más joven en alzarse con el más prestigioso premio literario canadiense, la pregunta es, o mejor, la pregunta era: donde se puede comprar la novela?, o donde se podía comprar la novela? Pues esta novela prácticamente no existía en ninguna tienda de este país de  9.984.670 kms2 y 34.124.781 millones de habitantes. Y detrás de este interrogante y las presiones para que Gaspereau Press cediera sus derechos o compartiera los derechos exclusivos de la impresión a editoriales más grandes, nació una pregunta de fondo, que aparte de mover los cimientos del premio, podía y puede mover y hacernos pensar en la estructura de los premios literarios no auspiciados por una editorial (los auspiciados por editoriales en el 99.9% de los casos se preocupan más por vender un autor que por premiar una novela) y en especial en la finalidad del Scotiabank Giller Prize. En la página oficial del premio se lee que este fue fundado en 1994 por Jack Rabinovitch en honor a su esposa Doris Giller fallecida de cáncer un años antes, que el premio reconoce la excelencia en la ficción canadiense y que otorga anualmente al ganador CAD 50.000 dólares canadienses, constituyéndose en el mayor premio literario del país. Pero a partir de la divulgación de la obra ganadora del 2010 y de la imposibilidad de la editorial dueña de los derechos de dicha obra de tiradas mayores, surgió una pregunta: debe tenerse en cuenta en la selección de las obras destinadas a optar por el premio el tamaño de la editorial? y la posibilidad de distribución que esta tiene? Si la respuesta fuera positiva y se extendiera a nivel general, un libro como el de Johanna Skibsrud, bueno o malo, nunca habría resultado ganador, los autores publicados en Melville House Publishing no podrían participar en premios literarios, y quizás parte de la vida que le restaba a Kevin Morrissey hubiera carecido de sentido.

P.D. La novela de Skibsrud finalmente se pudo conseguir en tiendas a finales de Noviembre, publicada por Douglas & McIntyre, dejándole el gusto a Gaspereau Press de haber rechazado todas las propuestas de las grandes editoriales. Una historia que podría haberse titulado: Como pasar de 800 copias a 90.000 en unas semanas, de lo minoritario al mainstream? 

domingo, 10 de octubre de 2010

Confieso que no he leido

Nunca he sido lector de premios Nobel de literatura, ni de los del año en curso ni de los de años recientes, lo más cerca que he estado fueron mis lecturas de Camilo José Cela (premio Nobel 1989) durante los años 1993 ó 1994, lecturas que a excepción de La familia de Pascual Duarte 1942, ahora me parecen innecesarias.
Hace dos semanas con la inundación de noticias referentes al nuevo libro de Ingrid Betancourt No hay silencio que no termine, estuve casi a punto de escribir un artículo que iba a titular Por qué no leer el libro de Ingrid Betancourt, pero gracias a dios el supuestamente chistoso Daniel Samper Ospina escribió en su columna de la revista Semana un artículo titulado De por qué no voy a comprar el libro de Ingrid  y me evitó cualquier esfuerzo, este si cien por ciento inútil, en haber escrito dicho artículo.
Dejando ya en el olvido una reseña inútil de No hay silencio que no termine, leí en El País de España del 29 de Agosto una entrevista a Vargas Llosa titulada El nacionalismo es la peor construcción del hombre con motivo del lanzamiento de su próxima novela El sueño del celta, y me quedé con estas respuestas:

P. Ensayos, obras de teatro, columnas de opinión... ¿No teme que la superproducción le impida estar a su propia altura?
R. Siempre hay miedo a perder el pie. Hay que tratar de mantenerse lúcido, no volverse una ruina humana. Uno hace lo que puede... Lo que no creo que deba pensar un escritor es en retirarse. Si el tiempo te retira, la enfermedad te retira, claro, pero si tienes ilusiones hay que seguir trabajando.
P. Edward Said hablaba del interés de cierto estilo tardío...
R. Sí, claro, pero siempre me ha angustiado mucho la idea de esos escritores que pierden el fuego, se callan. Me sentiría muy desgraciado si no pudiera trabajar. Con el tiempo se pierden capacidades, me temo que sí, pero hay que mantener la lucidez y el espíritu crítico. Perder el espíritu es una enfermedad en la que caen muchos escritores. Es como volverse una estatua en vida.
P. ¿Y el Nobel de Literatura?
R. Pensar en ello es malo para el estilo, tardío o no.

Y entonces pienso en un Vargas Llosa preparando su próxima clase en Princeton, recibiendo la llamada telefónica de la academia sueca y alistándose a publicar en noviembre su nueva novela de 440 páginas a sus 74 años, como también pienso en un José Saramago (premio Nobel 1998) de 87 años que fallece el 18 de junio de este año con 30 páginas escritas de su próxima novela y dos novelas publicadas en los dos últimos años precedentes a su muerte (El viaje del elefante 2008 y Caín 2009); es ese Saramago almorzando con Vargas Llosa en su casa de Lanzarote quien hace augurios para que el Nobel caiga sobre el peruano, sin saber, por supuesto, que la academia sueca le cumpliría sus deseos en el mismo año de su muerte. Pero a diferencia de estos escritores prolíficos también hay Rulfos con solo dos libros publicados El Llano en llamas 1953 y Pedro Páramo 1955 y una eternidad cubierta de respeto y gloria; Juan Rulfo no necesitó decir más para crear su obra, porque definitivamente el propósito del escritor no debería ser de cantidad sino de calidad a la hora de sentarse para la labor solitaria de juntar vocales y consonantes. También hay Sabatos con tres novelas El Túnel 1948, Sobre héroes y tumbas 1961 y Abaddón El exterminador 1974 que se conectan y transforman la vida de los lectores, obras que tienen más peso que la suma de todos los libros publicados en la colección de novedades empaquetadas en grupos de escritores mayores o menores de 35 ó 39 años; porque un escritor no debe buscar el crear una obra para evitar el olvido, ganar poder o inscribir su nombre en la impredecible, injusta y a veces incoherente lista de candidatos o ganadores del Nobel de literatura; un escritor debería preocuparse solo por decir algo y ese algo decirlo bien, preocuparse por escribir, como decía Onetti, solo cuando le sea absolutamente indispensable.

Y ahora cuando Vargas Llosa deja de ser el eterno candidato latinoamericano al Nobel, cuando empiezan a publicarse de forma simultánea todas las anécdotas de, o referentes a él, del puñetazo que García Márquez recibió en Febrero de 1976 por una situación no del todo aclarada, de la asesoría recibida para escribir una novela bajo la iniciativa artística Rolex para mentores y discípulos, de su opinión favorable referente a la reciente lectura de un escritor poco conocido para él, de su nacionalidad española rebosada de alma peruana y de su disciplina diaria dedicada a la escritura y la lectura. Es ahora cuando todos hemos leído a Vargas Llosa y cuando realmente creo que necesitaba más Perú y Latinoamérica el premio Nobel que el escritor mismo, pues en cierta forma me atrevo a pensar que en el fondo y en su soledad se debe sentir cierta pena de recibir un premio que le fue negado a referentes como Jorge Luis Borges, Mark Twain, Leon Tostoi, Marcel Proust, James Joyce, Julio Cortázar, Vladimir Nabokov, Emile Zola o Graham Greene, pero igual la culpa no es suya, como tampoco de los demás Nobeles a lo largo de la historia. Vargas Llosa a sus 74 años seguirá siendo Vargas Llosa, mientras el cerco de aduladores y oportunistas a su alrededor ya no volverán a ser los mismos.

Por el momento debo decir que no he leído a Vargas Llosa, como tampoco a Fuentes. Pues sus historias tan bien escritas no me han logrado atrapar, y decir esto, mas hoy, no debe ser un pecado. Debo corregir: no he leído a Vargas Llosa como debiera haberlo leído, pues lo he hecho solo en dos etapas de mi vida, la primera cuando en la casa de mis padres buscando entre la biblioteca saltaba y leía sin orden las páginas de la edición de círculo de lectores de Pantaleón y las visitadoras 1973 (esa de tapa blanca y recuadro verde que encerraba el dibujo en verde y rojo de dos piernas, una de pantalón militar y la otra femenina de liguero) buscando mas las descripciones eróticas de la historia que la historia misma. La segunda es hasta ahora, hasta el principio de este año que leí la novela breve Los Cachorros (Pichula Cuéllar) 1967 y el libro Cartas a un joven novelista 1997, para concluir a priori que sus mejores trabajos son los que escribió hace más de 30 años como La Ciudad y los perros 1962, La Casa verde 1966, Conversación en la catedral 1969, Pantaleón y las visitadoras 1973, La Tía julia y el escribidor 1977 y La Guerra del fin del mundo 1981. Lo que sí podría ser un pecado sería dejar pasar el mini boom Vargas Llosa para leer a Ingrid, la Ingrid inocente e ingenua que es entrevistada en medios internacionales, la Ingrid mentirosa que deja entrever las contradicciones de su libro (léase caso Clara Rojas y su hijo…) o la Ingrid filántropa que nos hace un favor al contarnos su historia y liberar su alma, pretendiendo conseguir a través de derechos de autor y ventas, la suma que reclamaba a través de una demanda al mismo Gobierno Colombiano que la devolvió a la libertad.

Finalmente como no tengo ninguna anécdota personal sobre Vargas Llosa, ninguna diferente a mi búsqueda sexual con Pantaleón y las visitadoras, ni ningún agradecimiento por años de lectura, solo me restara decir que este reconocimiento, justo y merecido para una persona que a sus veintidós años decidió jugarlo todo por sus sueños, me sirve a mí para empezar a leer uno de los libros que siempre quise  leer en mis épocas de universidad como El Pez en el agua 1993, y que de igual forma le debería servir a los amantes de la literatura para conocer cualquiera de las historias del escritor que alguna vez quiso ser presidente y que por fortuna perdió ante las tentaciones del poder.