sábado, 26 de febrero de 2011

Texto sobre Tokio IV, o como escribir basado en la pelicula

Lost in Translation
Director, writer: Sofia Coppola
Bill Murray, Scarlett Johansson
2003


Texto sobre Tokio III, o como escribir basado en las fotos (Jean-Michel Berts)

The Light of Tokio, Assouline

Image: The Light of Tokyo


Gate Meiji Jingu, Tokio 2008



Plum Tree, Tokio 2008
Jean-Michel Berts, Plum Tree, Tokyo


Sensoji Temple, Tokio 2008
Jean-Michel Berts, Sensoji Temple, Tokyo

http://www.jeanmichelberts.com/index_en.html

Texto sobre Tokio II, o como escribir basado en la imagen, el sonido... y el texto (comments)


Comentarios no aleatorios:


 I love this movie for all unspoken, beautiful sound of silence, for all between and behind words, isolation and loneliness so common experience of each of us, beautiful sensual scene without sex when they fully clothed lying in bed, remember?Subtleness&delicatene­ss, nuances&lovely enigma.Sublime healing food for our minds and souls.Soft&gentle like butterfly touch..

Texto sobre Tokio I, o como escribir basado en la imagen y el sonido




Comentarios no aleatorios:


Lovers in Japan is from the 2008 Coldplay album "Viva la Vida".
Lost in Translation came out in 2003.
It is definately possible for coldplay to be inspired by this beauty of a film.

lunes, 7 de febrero de 2011

Una muerte, un premio y una novela



Dos noticias sobre las cuales escribir. Cuando escribí esto en mi cuaderno de papel a manera de borrador, decía que una era más reciente que la otra; ahora, que lo hago de forma digital, debo decir que sobre las dos han pasado ya muchos días. La primera fue publicada con el titulo A Suicide Leaves a Literary Journal and Its Editor in Limbo en el New York Times de Septiembre de 2010, originada en Charlottesville, en la universidad de Virginia. La historia cuenta el suicidio de kevin Morrissey, jefe de redacción del magazín literario de la universidad “The Virginia Quarterly Review” (VQR), el cual ocurrió en las afuera de la ciudad el 30 de julio del 2010 por medio de arma de fuego, dejando una nota sin culpar a nadie, disculpándose, y habiendo tenido la precaución de llamar al 911 para reportar un tiroteo en su ubicación para de esa forma ser encontrado de forma rápida. Kevin Morrissey murió según sus familiares por el trato aspero/cruel de su jefe Ted Genoways (editor del VQR), y según su jefe y la universidad, por un cuadro depresivo conocido y que había llevado a Morrissey a tomar medicamentos semanas atrás. La situación fue lo suficientemente importante e incómoda como para cancelar la edición de otoño del magazín, cerrar de forma temporal la oficina de Genoways y nombrar una editora en su lugar mientras la universidad llevaba a cabo su investigación.

A través de esta noticia trágica llegué al website de VQR, que en ese entonces desplegaba en su página de inicio un artículo en la parte inferior izquierda en las entradas del blog un artículo titulado: How to market a novel, como promocionar/vender una novela, el cual está relacionado a la editorial independiente Melville House Publishing ubicada en Brooklyn y a sus esfuerzos creativos para promocionar su catalogo (aprovecho para hacer la mención de visitar su página y su blog Mobylives). La entrada habla de forma específica de la promoción del libro Every man dies alone de Hans Fallada, y me relaciona con la segunda noticia, ubicada en el mundo literario canadiense donde la opera prima de la escritora Johanna Skibsrud (30 años) The Sentimentalists ganó el año pasado (9 de noviembre) el Scotiabank Giller Prize, el cual premia a la mejor novela canadiense cada año. La noticia es la siguiente: la novela ganadora del año 2009 The Bishop´s Man de Linden MacIntyre vendió 75.000 copias en edición de tapa dura una vez se alzó con el premio, mientras de la novela ganadora de Skibsrud publicada por la editorial independiente Gaspereau Press, solo se había lanzado una edición inicial antes del premio de 800 copias. La editorial debido a su infraestructura en planta de producción (5 personas) solo está en capacidad de imprimir máximo 1000 copias semanales. Ahora que Skibsrud se convirtió en la ganadora más joven en alzarse con el más prestigioso premio literario canadiense, la pregunta es, o mejor, la pregunta era: donde se puede comprar la novela?, o donde se podía comprar la novela? Pues esta novela prácticamente no existía en ninguna tienda de este país de  9.984.670 kms2 y 34.124.781 millones de habitantes. Y detrás de este interrogante y las presiones para que Gaspereau Press cediera sus derechos o compartiera los derechos exclusivos de la impresión a editoriales más grandes, nació una pregunta de fondo, que aparte de mover los cimientos del premio, podía y puede mover y hacernos pensar en la estructura de los premios literarios no auspiciados por una editorial (los auspiciados por editoriales en el 99.9% de los casos se preocupan más por vender un autor que por premiar una novela) y en especial en la finalidad del Scotiabank Giller Prize. En la página oficial del premio se lee que este fue fundado en 1994 por Jack Rabinovitch en honor a su esposa Doris Giller fallecida de cáncer un años antes, que el premio reconoce la excelencia en la ficción canadiense y que otorga anualmente al ganador CAD 50.000 dólares canadienses, constituyéndose en el mayor premio literario del país. Pero a partir de la divulgación de la obra ganadora del 2010 y de la imposibilidad de la editorial dueña de los derechos de dicha obra de tiradas mayores, surgió una pregunta: debe tenerse en cuenta en la selección de las obras destinadas a optar por el premio el tamaño de la editorial? y la posibilidad de distribución que esta tiene? Si la respuesta fuera positiva y se extendiera a nivel general, un libro como el de Johanna Skibsrud, bueno o malo, nunca habría resultado ganador, los autores publicados en Melville House Publishing no podrían participar en premios literarios, y quizás parte de la vida que le restaba a Kevin Morrissey hubiera carecido de sentido.

P.D. La novela de Skibsrud finalmente se pudo conseguir en tiendas a finales de Noviembre, publicada por Douglas & McIntyre, dejándole el gusto a Gaspereau Press de haber rechazado todas las propuestas de las grandes editoriales. Una historia que podría haberse titulado: Como pasar de 800 copias a 90.000 en unas semanas, de lo minoritario al mainstream? 

domingo, 10 de octubre de 2010

Confieso que no he leido

Nunca he sido lector de premios Nobel de literatura, ni de los del año en curso ni de los de años recientes, lo más cerca que he estado fueron mis lecturas de Camilo José Cela (premio Nobel 1989) durante los años 1993 ó 1994, lecturas que a excepción de La familia de Pascual Duarte 1942, ahora me parecen innecesarias.
Hace dos semanas con la inundación de noticias referentes al nuevo libro de Ingrid Betancourt No hay silencio que no termine, estuve casi a punto de escribir un artículo que iba a titular Por qué no leer el libro de Ingrid Betancourt, pero gracias a dios el supuestamente chistoso Daniel Samper Ospina escribió en su columna de la revista Semana un artículo titulado De por qué no voy a comprar el libro de Ingrid  y me evitó cualquier esfuerzo, este si cien por ciento inútil, en haber escrito dicho artículo.
Dejando ya en el olvido una reseña inútil de No hay silencio que no termine, leí en El País de España del 29 de Agosto una entrevista a Vargas Llosa titulada El nacionalismo es la peor construcción del hombre con motivo del lanzamiento de su próxima novela El sueño del celta, y me quedé con estas respuestas:

P. Ensayos, obras de teatro, columnas de opinión... ¿No teme que la superproducción le impida estar a su propia altura?
R. Siempre hay miedo a perder el pie. Hay que tratar de mantenerse lúcido, no volverse una ruina humana. Uno hace lo que puede... Lo que no creo que deba pensar un escritor es en retirarse. Si el tiempo te retira, la enfermedad te retira, claro, pero si tienes ilusiones hay que seguir trabajando.
P. Edward Said hablaba del interés de cierto estilo tardío...
R. Sí, claro, pero siempre me ha angustiado mucho la idea de esos escritores que pierden el fuego, se callan. Me sentiría muy desgraciado si no pudiera trabajar. Con el tiempo se pierden capacidades, me temo que sí, pero hay que mantener la lucidez y el espíritu crítico. Perder el espíritu es una enfermedad en la que caen muchos escritores. Es como volverse una estatua en vida.
P. ¿Y el Nobel de Literatura?
R. Pensar en ello es malo para el estilo, tardío o no.

Y entonces pienso en un Vargas Llosa preparando su próxima clase en Princeton, recibiendo la llamada telefónica de la academia sueca y alistándose a publicar en noviembre su nueva novela de 440 páginas a sus 74 años, como también pienso en un José Saramago (premio Nobel 1998) de 87 años que fallece el 18 de junio de este año con 30 páginas escritas de su próxima novela y dos novelas publicadas en los dos últimos años precedentes a su muerte (El viaje del elefante 2008 y Caín 2009); es ese Saramago almorzando con Vargas Llosa en su casa de Lanzarote quien hace augurios para que el Nobel caiga sobre el peruano, sin saber, por supuesto, que la academia sueca le cumpliría sus deseos en el mismo año de su muerte. Pero a diferencia de estos escritores prolíficos también hay Rulfos con solo dos libros publicados El Llano en llamas 1953 y Pedro Páramo 1955 y una eternidad cubierta de respeto y gloria; Juan Rulfo no necesitó decir más para crear su obra, porque definitivamente el propósito del escritor no debería ser de cantidad sino de calidad a la hora de sentarse para la labor solitaria de juntar vocales y consonantes. También hay Sabatos con tres novelas El Túnel 1948, Sobre héroes y tumbas 1961 y Abaddón El exterminador 1974 que se conectan y transforman la vida de los lectores, obras que tienen más peso que la suma de todos los libros publicados en la colección de novedades empaquetadas en grupos de escritores mayores o menores de 35 ó 39 años; porque un escritor no debe buscar el crear una obra para evitar el olvido, ganar poder o inscribir su nombre en la impredecible, injusta y a veces incoherente lista de candidatos o ganadores del Nobel de literatura; un escritor debería preocuparse solo por decir algo y ese algo decirlo bien, preocuparse por escribir, como decía Onetti, solo cuando le sea absolutamente indispensable.

Y ahora cuando Vargas Llosa deja de ser el eterno candidato latinoamericano al Nobel, cuando empiezan a publicarse de forma simultánea todas las anécdotas de, o referentes a él, del puñetazo que García Márquez recibió en Febrero de 1976 por una situación no del todo aclarada, de la asesoría recibida para escribir una novela bajo la iniciativa artística Rolex para mentores y discípulos, de su opinión favorable referente a la reciente lectura de un escritor poco conocido para él, de su nacionalidad española rebosada de alma peruana y de su disciplina diaria dedicada a la escritura y la lectura. Es ahora cuando todos hemos leído a Vargas Llosa y cuando realmente creo que necesitaba más Perú y Latinoamérica el premio Nobel que el escritor mismo, pues en cierta forma me atrevo a pensar que en el fondo y en su soledad se debe sentir cierta pena de recibir un premio que le fue negado a referentes como Jorge Luis Borges, Mark Twain, Leon Tostoi, Marcel Proust, James Joyce, Julio Cortázar, Vladimir Nabokov, Emile Zola o Graham Greene, pero igual la culpa no es suya, como tampoco de los demás Nobeles a lo largo de la historia. Vargas Llosa a sus 74 años seguirá siendo Vargas Llosa, mientras el cerco de aduladores y oportunistas a su alrededor ya no volverán a ser los mismos.

Por el momento debo decir que no he leído a Vargas Llosa, como tampoco a Fuentes. Pues sus historias tan bien escritas no me han logrado atrapar, y decir esto, mas hoy, no debe ser un pecado. Debo corregir: no he leído a Vargas Llosa como debiera haberlo leído, pues lo he hecho solo en dos etapas de mi vida, la primera cuando en la casa de mis padres buscando entre la biblioteca saltaba y leía sin orden las páginas de la edición de círculo de lectores de Pantaleón y las visitadoras 1973 (esa de tapa blanca y recuadro verde que encerraba el dibujo en verde y rojo de dos piernas, una de pantalón militar y la otra femenina de liguero) buscando mas las descripciones eróticas de la historia que la historia misma. La segunda es hasta ahora, hasta el principio de este año que leí la novela breve Los Cachorros (Pichula Cuéllar) 1967 y el libro Cartas a un joven novelista 1997, para concluir a priori que sus mejores trabajos son los que escribió hace más de 30 años como La Ciudad y los perros 1962, La Casa verde 1966, Conversación en la catedral 1969, Pantaleón y las visitadoras 1973, La Tía julia y el escribidor 1977 y La Guerra del fin del mundo 1981. Lo que sí podría ser un pecado sería dejar pasar el mini boom Vargas Llosa para leer a Ingrid, la Ingrid inocente e ingenua que es entrevistada en medios internacionales, la Ingrid mentirosa que deja entrever las contradicciones de su libro (léase caso Clara Rojas y su hijo…) o la Ingrid filántropa que nos hace un favor al contarnos su historia y liberar su alma, pretendiendo conseguir a través de derechos de autor y ventas, la suma que reclamaba a través de una demanda al mismo Gobierno Colombiano que la devolvió a la libertad.

Finalmente como no tengo ninguna anécdota personal sobre Vargas Llosa, ninguna diferente a mi búsqueda sexual con Pantaleón y las visitadoras, ni ningún agradecimiento por años de lectura, solo me restara decir que este reconocimiento, justo y merecido para una persona que a sus veintidós años decidió jugarlo todo por sus sueños, me sirve a mí para empezar a leer uno de los libros que siempre quise  leer en mis épocas de universidad como El Pez en el agua 1993, y que de igual forma le debería servir a los amantes de la literatura para conocer cualquiera de las historias del escritor que alguna vez quiso ser presidente y que por fortuna perdió ante las tentaciones del poder.

Escribe Vargas Llosa

Caricatura de Mario Vargas Llosa


TRIBUNA: MARIO VARGAS LLOSA
Catorce minutos de reflexión
El Nobel de Literatura relata cómo tras recibir la llamada de la Academia Sueca dudó, y mientras esperaba la confirmación desfilaron los recuerdos de una vida dedicada a las letras

MARIO VARGAS LLOSA 10/10/2010

Ese día, como todos los días desde que, hace tres semanas, llegamos a Nueva York, me levanté a las cinco de la mañana y, procurando no despertar a Patricia, me fui a la salita a leer. Era noche cerrada todavía y las luces de los rascacielos del contorno tenían la apariencia inquietante de una gigantesca bandada de cocuyos invadiendo la ciudad. Dentro de una hora más o menos comenzaría a amanecer y, si estaba despejado el cielo, las primeras luces irían iluminando el río Hudson y la esquina de Central Park con sus árboles que el otoño comienza a dorar, un lindo espectáculo que me regalan cada mañana las ventanas del departamento (vivimos en el piso cuarenta y seis).
Tenía el día planificado con toda precisión. Trabajaría un par de horas preparando la clase del próximo lunes en Princeton, en la que ilustraría el tema del punto de vista con ejemplos tomados de El reino de este mundo de Alejo Carpentier, media hora de ejercicios para la espalda, una hora de caminata en Central Park, periódicos, desayuno, ducha, y a la Public Library de New York, donde escribiría mi Piedra de Toque para EL PAÍS sobre el suicidio, tirándose del puente George Washington, en la Universidad de Rutgers, de Tylor Clementi, violinista y joven estudiante al que dos compañeros homófobos habían denunciado como gay, difundiendo en la Red un vídeo en el que aparecía besándose con un hombre.
Inmediatamente fui absorbido por la magia de El reino de este mundo y la transfiguración mítica que la prosa de Carpentier hace de los primeros intentos independentistas en Haití. El narrador omnisciente de la historia es una astuta ausencia erudita, libresca, barroca y rebuscada que narra desde muy cerca de la sensibilidad del esclavo Ti Noel, quien cree en los Grandes Loas del vodú y que los hechiceros del culto, como Mackandal, gozan del don de la licantropía, es decir, pueden transformarse en animales a voluntad. Hacía por lo menos veinte años que no la releía y su poder de persuasión seguía siendo irresistible.
De pronto advertí la presencia de Patricia en la salita. Se acercaba con el teléfono en la mano y una cara que me asustó. "Una tragedia en la familia", pensé. Cogí el aparato y escuché, entre silbidos, ecos y eructos eléctricos, una voz que hablaba en inglés. En el instante en que alcancé a distinguir las palabras Swedish  Academy la comunicación se cortó. Estuvimos callados, mirándonos sin decir nada, hasta que el teléfono repicó otra vez. Ahora sí se oía bien. El caballero me dijo que era el secretario de la Academia Sueca, que me habían concedido el Premio Nobel de Literatura y que la noticia se haría pública dentro de catorce minutos. Que podía escucharla en la televisión, la radio y el Internet.
-Hay que avisar a Álvaro, Gonzalo y Morgana -dijo Patricia.
-Mejor esperemos que sea oficial -le contesté.
Y le recordé que, hacía muchos años, en Roma, nos habían contado la broma pesada que le jugaron unos amigos (o más bien enemigos) a Alberto Moravia, haciéndose pasar por funcionarios de la Academia Sueca y felicitándolo por el galardón. Él alertó a la prensa y la noticia resultó un embrollo de mal gusto.
-Si es cierto, esta casa se va a volver un loquerío -dijo Patricia-. Mejor dúchate de una vez.
Pero, en vez de hacerlo, me quedé en la salita, viendo asomar entre los rascacielos las primeras luces de la mañana neoyorquina. Pensé en la casa de la calle Ladislao Cabrera, en Cochabamba, donde pasé mi infancia, y en el libro de Neruda Veinte poemas de amor y una canción desesperada, que mi madre me había prohibido leer y que tenía escondido en su velador (el primer libro prohibido que leí). Pensé en lo mucho que le hubiera alegrado la noticia, si era cierta. Pensé en la gran nariz y la calva reluciente del abuelo Pedro, que escribía versos festivos y explicaba a la familia, cuando yo me negaba a comer: "Para el poeta la comida es prosa". Pensé en el tío Lucho, que, en ese año feliz que pasé en su casa de Piura, el último del colegio, escribiendo artículos, cuentecitos y poemas que publicaba a veces en La Industria, me animaba incansablemente a perseverar y ser un escritor, porque, acaso hablando de sí mismo, me aseguraba que no seguir la propia vocación es traicionarse y condenarse a la infelicidad. Pensé en el estreno, ese mismo año, en el Teatro Variedades de Piura, de mi obrita La huida del Inca, que mi amigo Javier Silva publicitaba a voz en cuello por las calles con una gran bocina, desde el techo de un camión, y en la bella Ruth Rojas, la Vestal de la obra, de la que yo estaba enamorado en secreto.
-Es una tontería pensar que esto puede ser una broma -dijo Patricia-. Llamemos a Álvaro, Gonzalo y Morgana de una vez.
Llamamos a Álvaro a Washington, a Gonzalo a Santo Domingo y a Morgana a Lima, y todavía faltaban siete u ocho minutos para la hora señalada. Yo pensé en Lucho Loayza y Abelardo Oquendo, los amigos de adolescencia y en la revista Literatura, de la que sacamos apenas tres números, de nuestro manifiesto contra la pena de muerte, del homenaje a César Moro, y de las feroces discusiones que a veces teníamos sobre si Borges era más importante que Sartre o éste que aquél. Yo sostenía lo último y ellos lo primero y eran ellos, por supuesto, quienes llevaban la razón. Fue entonces cuando me pusieron el apodo (que a mí me encantaba): "El sartrecillo valiente".
Pensé en el concurso de La Revue Francaise que gané el año 1957, con mi cuento El desafío, que me deparó un viaje a París, donde pasé un mes de total felicidad, viviendo en el Hotel Napoleón, en las cuatro palabras que cambié con Albert Camus y María Casares en las puertas de un teatro de los Grandes Bulevares, y mis desesperados y estériles esfuerzos para ser recibido por Sartre aunque fuera sólo un minuto para verle la cara y estrecharle la mano. Recordé mi primer año en Madrid y las dudas que tuve antes de decidirme a enviar los cuentos de Los jefes al Premio Leopoldo Alas, creado por un grupo de médicos de Barcelona, encabezado por el doctor Rocas y asesorado por el poeta Enrique Badosa, gracias a los cuales tuve la enorme alegría de ver mi primer libro impreso.
Pensé que, si la noticia era cierta, tenía que agradecer públicamente a España lo mucho que le debía, pues, sin el extraordinario apoyo de personas como Carlos Barral, Carmen Balcells y tantas otras, editores, críticos, lectores, jamás hubieran alcanzado mis libros la difusión que han tenido.
Y pensé lo increíblemente afortunado que yo he sido en la vida por seguir el consejo del tío Lucho y haber decidido, a mis veintidós años, en aquella pensión madrileña de la calle del Doctor Castelo, en algún momento de agosto de 1958, que no sería abogado sino escritor, y que, desde entonces, aunque tuviera que vivir a tres dobles y un repique, organizaría mi vida de tal manera que la mayor parte de mi tiempo y energía se volcaran en la literatura, y que sólo buscaría trabajos que me dejaran tiempo libre para escribir. Fue una decisión algo quimérica, pero me ayudó mucho, por lo menos psicológicamente, y creo que, en sus grandes rasgos, la cumplí en mis años de París, pues los trabajos en la Escuela Berlitz, la Agence France Presse y la Radio Televisión Francesa, me dejaron siempre algunas horitas del día para leer y escribir.
Y pensé en la extraña paradoja de haber recibido tantos reconocimientos, como éste (si la noticia no era una broma de mal gusto), por dedicar mi vida a un quehacer que me ha hecho gozar infinitamente, en la que cada libro ha sido una aventura llena de sorpresas, de descubrimientos, de ilusiones y de exaltación, que compensaban siempre con creces las dificultades, dolores de cabeza, depresiones y estreñimientos. Y pensé en lo maravillosa que es la vida que los hombres y las mujeres inventamos, cuando todavía andábamos en taparrabos y comiéndonos los unos a los otros, para romper las fronteras tan estrechas de la vida verdadera, y trasladarnos a otra, más rica, más intensa, más libre, a través de la ficción.
A las seis en punto de la mañana las radios, la televisión y el Internet confirmaron que la noticia era cierta. Como predijo Patricia, la casa se volvió un loquerío y desde entonces yo dejé de pensar y, casi casi, hasta de respirar.
New York, octubre de 2010
© Mario Varga Llosa, New York, octubre de 2010. © Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Ediciones EL PAÍS, SL, 2010.

domingo, 19 de septiembre de 2010

El día que Cali tembló.

Parte de la vida no se vive en el presente ni en el futuro, sino también en el pasado; y parte de ese mismo pasado regresa en pequeños tragos, a destiempo, sin ningún tipo de programación (por fortuna). Hoy, un día después de ayer?, se presentaba acá en London el inmortal Joe Arroyo con su sabor de costa Caribe y al mismo tiempo, pero en el LOLA festival (London Ontario Live Arts), el músico electrónico nacido en esta ciudad y mejor conocido como Caribou. Poniendo en la balanza mi gusto por la música del Joe, mi desconocimiento total de Caribou, mi aceptación no desmedida de la música electrónica, así como el precio de la entrada del Joe y el carácter gratuito de todas las presentaciones del LOLA festival, me quedé con Caribou, y a decir verdad, y a pesar de dos o tres fallas del sonido inicial en sus primeras interpretaciones, valió la pena confundirme y confundirnos en esta noche canadiense de 14° grados, en esta noche en medio de gente joven y gente mayor, de fumadores y no fumadores y de fumadores profesionales. Pero a pesar de la distancia longitudinal existente entre London y Cali y de la distancia temporal existente desde hoy hasta cualquier ayer, la música de hoy me regresó a un punto espacial y a un suceso que aunque ocurrió en años diferentes, en mi memoria ya sucede en un mismo día. Hoy regresé al Estadio Pascual Guerrero en el día que Cali tembló: la primera parte ocurre en el año 1991 cuando después de una serie de presentaciones olvidables sale un hombre envuelto en humo para dejar caer una eternidad espere este instante… y regalarle a Cali y al espacio abierto y nada acústico del estadio la canción Entre Caníbales. Esa parte termina y se une cuando Silvia decide que ya ha sido suficiente por esa noche y me veo saliendo del recinto con la voz de Cerati de fondo y la música de El Temblor. Cuatro años pasarían para que la misma Silvia, como desagravio y despedida, me invitara de nuevo a ver por última vez a Soda Stereo en el año 1995. Esa vez fue en el mismo estadio reducido a la mitad para el concierto, cercenado por vallas y separadores que vieron entrar a un Cerati con más de tres horas de retraso, ya al día siguiente por efecto de las cero horas. Esta vez Soda ya traía Sueño Stereo y menos de dos años de vida para su futura disolución. Hoy Cerati esta postrado en una cama de un hospital en Buenos Aires sin poder salir del coma a que lo llevo el accidente cerebro vascular sufrido en Caracas en el mes de Mayo. Quizás nunca se despierte y si lo hace, tal vez… prefiera seguir dormido. Hoy, ayer, esta noche, evitando al Joe y conociendo por primera vez la música de Daniel Victor Snaith (Caribou) he regresado en algún acorde, no sé en cual, por una fracción de música o de sonido vomitado por un sampler, al Soda Stereo mas electrónico, al Cerati inmóvil, a los años que ya no suceden mas pero que se repiten fraccionadamente y se superponen unos encima de otros sin ningún orden ni sentido. El día que Cali tembló acaba de pasar acá en London, de nuevo, mientras la voz que recita las letras surrealistas de sus canciones salta y huye por cualquier ventana del mismo hospital viajando a través del tiempo, obligándolo a detenerse y a auto eliminarse, obligándolo y obligándonos a escuchar letras que ahora, quizás morbosamente, tienen más sentido que ayer, letras que ya no se detendrán más.

Si algo está enfermo está con vida, lo que tus labios no puedan besar, se esfumaran y no escucharas mas palabras lascivas, en la terapia de amor intensiva.
Terapia de amor intensiva, Soda Stereo (1988).

Gustavo Adrian Cerati Clark

Cerati, músico argentino líder del disuelto grupo Soda Stereo (1982-1997), icono del rock latinoamericano, cuyo quinto trabajo como solista fue lanzado en Septiembre de 2009 con el titulo Fuerza Natural. Después de finalizar un concierto en Caracas en Mayo 2010, sufrió un accidente cerebro vascular (ACV) que hasta el día de hoy lo tiene en estado de coma.

Where are you Caribou?

Caribou es un músico canadiense de genero electrónico, cuyo nombre de pila es Daniel Victor Snaith (1978). Su padre profesor de matemáticas de la Universidad de Sheffield (England), su hermana lectora de matemáticas de la Universidad de Bristol (England), y él, graduado de matemáticas de la Universidad de Toronto (Canadá) y PhD en matemáticas del Imperial College of London (England). Presenta en Abril del 2010 su nuevo trabajo titulado Swim, del cual Odessa es su primer sencillo.

lunes, 23 de agosto de 2010

De Cali

Panorámica de Cali

Leyendo un correo que recibí con un enlace del periódico digital Con-fabulación, encontré una entrevista al escritor caleño Umberto Valverde que aparte de llamarme la atención por su escasa modestia (Carlos Mayolo hizo Aquel 19, quizás su mejor película, sobre un guión mío que fue un producto síntesis de Bomba Camará. Si alguna vez alguien quiere saber cómo fue Cali consultará inevitablemente mis obras.) Me llevo a pensar en una respuesta a la pregunta ¿Qué es Cali? Y esa pregunta surge al leerlo decir que es Cali para él: Cali es una ciudad donde lo más apasionante es la cultura popular. La música, el baile, el fútbol, son culturas triunfantes, y no pertenecen a la cultura oficial, nacen de la marginalidad, y se convirtieron en íconos.” Y que no es Cali: Hoy en día las escuelas de salsa se convirtieron en un símbolo de la ciudad aunque una de las señoras burguesas que han dominado la escena social de nuestra ciudad siempre ha declarado: Cali no es salsa.   


Entonces la pregunta puede tener el número de respuestas correspondientes al número de almas bendecidas, maldecidas o desoladas que dice el DANE (Departamento administrativo nacional de estadística) que viven en Cali (2.075.380 censo 2005), así como el número de almas afortunadas o melancólicas que han vivido y pasado por Cali y han tomado el camino de otra ciudad diferente. Pero si se trata de buscar referentes podríamos nombrar algunos, la Cali de Joaquín Caycedo y Cuero, el último alférez real, la Cali de los juegos panamericanos de 1971, la Cali del escritor Andrés Caicedo y los cineastas Mayolo y Ospina, la Cali, más cercana a mí, de los títulos de futbol del América y la plata inagotable del narcotráfico ( y es cercana a mi no por el narcotráfico sino por la gracia y la desdicha de ver a mi equipo perder tres finales consecutivas de la copa libertadores de América). La Cali ciudadana y cultural, salsera y grosera donde solo el más fuerte y menos sensato parece poder sobrevivir. Cali es una ciudad que cada vez pareciera que le importara a menos personas, a menos caleños, donde los gobernantes son elegidos gracias a un plato de comida, gobernantes que antes de concluir su mandato terminan compartiendo el lugar común de la destitución y la deshonra.
Hay un blog titulado la bobada literaria que me divierte y donde por casualidad encontré esta definición de Cali:

Cali: Si quiere saber qué es ser colombiano debe ir a la Sultana del Valle. Allí conocerá algunos de los mayores índices de pobreza y desempleo del país y ejemplos de inconsciencia política como la elección de locutores de radio y ciegos corruptos para la Alcaldía o guapetones hijos de parapolíticos para la Gobernación. También es la ciudad del escritor Andrés Caicedo, tal vez el primer hipstercolombiano, y de un movimiento cinematográfico tan sobrevalorado y egocéntrico que le pusieron Caliwood. Aunque la leyenda dice que la llaman "La sucursal del cielo" porque sus mujeres son como ángeles, eso no es cierto: la silicona y el bótox las ha convertido en inmundos demonios. En realidad le dicen así por la cantidad de gente que mandan anualmente a la eternidad. Es más, le queda mejor el apodo de "La sucursal del suelo".



Se puede y quizás se debe no estar de acuerdo con lo escrito en la bobada literaria; como a ratos me sucede a mí, pues  particularmente para mi Cali es mágica y no solo de mágicos, es una ciudad que atardece fresca desde el cerro de San Antonio o desde el mirador ignorado de la loma del barrio El Bosque, es una ciudad atemorizada y acostumbrada a la muchedumbre de carros y motos que se afanan y se pelean sin ningún control, una ciudad que madruga a misa y que se trasnocha con la salsa arrinconada por el reggaetón y el vallenato y la parodia de ley zanahoria que se desdibuja y desaparece en las fronteras de la ciudad. Para mi Cali fue por muchos años el recorrido de los buses Blanco y negro, Coomoepal y Azul plateada por la calle 5, avenida sexta y los barrios del norte y del sur que frecuentaba. Para mi Cali era subir por el barrio El Bosque a pie después de venir desde La Buitrera bajando por Holguines. La Cali que retrata El País y El Caleño existe, así como la Cali que contaba el diario El Pueblo y que aun cuenta el moribundo Diario Occidente. Entonces la Cali de la bobada literaria es cierta y falsa en algunos días. Como siempre al final depende de los caleños y no caleños escribir día a día que es Cali, que ha sido o que será Cali el día de mañana, sin importar si tenemos a la mano o no algún libro imprescindible de Umberto Valverde.


Fuente Barrio El Peñón

miércoles, 11 de agosto de 2010

Del lado de la poesía


Un recorrido por el mar de Buenos Aires y Montevideo, que acaso es el mismo? Un recorrido de principios de los años noventas, donde los problemas de América Latina eran acaso los mismos de hoy. Poemas de Mario Benedetti, Juan Gelman y Oliverio Girondo recreando una historia de búsqueda, donde la vida se puede vivir a través de la poesía, donde las cosas, el valor de cambio de las cosas, se obtienen mas allá de los billetes; donde lo más preciado que se puede tener es la vida y la ilusión de tener con quien compartirla. Todo esto en la producción argentino canadiense que hizo posible llevar a cabo esta película de Subiela: El lado oscuro del corazón. Solo dos cosas más para decir de tantas que habría que decir de esta película que algunos entienden como cine arte. 

Una: que no deja de sorprender y de encerrar todo el contenido de la película el bello epígrafe escrito sobre una pantalla negra con que se inicia esta: La pelota que arrojé cuando jugaba en el parque aún no ha tocado el suelo. Dylan Thomas

Dos: el poema No te salves extractado del libro Poemas de Otros de Benedetti que fue publicado por allá en el lejano año 1974 y que aún nos invita a tomar riesgos y a vivir la vida.



miércoles, 9 de junio de 2010

Primera mirada a Jean Seberg


Jean Seberg 1961



Leyendo El Tiempo en el año 2002 ó 2003 en la época en que trabajaba como analista de crédito en el Banco de Bogotá, leí un artículo corto titulado “La estabilidad feliz de Eric Rohmer”, y aunque no sabía nada de este director francés ni había visto cine francés en profundidad, el articulo me atrajo tanto que permaneció varios años pegado a mi mural frente a mi puesto de trabajo. Solo hasta el año 2008 cuando me radiqué en Canadá, me encontré viendo los seis cuentos morales de Rohmer, y después de estos las dos primeras películas de Louis Malle, y más tarde Jean-Luc Godard y Breathless. La primera vez que vi Breathless debo admitir que no me gustó su voz en off del inició, ni a un Jean Paul Belmondo dirigiéndose a la cámara; pero al final el haber tenido la delicia de conocer a la Seberg, 30 años después de su muerte, justificó para mí los noventa minutos de la película. La cara angelical y los hoyuelos nacidos de su sonrisa me hicieron leer más sobre ella y su trágica muerte ocurrida un 8 de Septiembre de 1979. Su muerte solo pudo ser confirmada, diez días después de su desaparición en medio de un verano parisino de finales de la década de los 70´s, al ser encontrado su bello cuerpo descompuesto y maloliente envuelto en una cobija azul que Carlos Fuentes dice haberle regalado. El diminuto pero no siempre frágil cuerpo de Jean Seberg se encontró en el interior de su Renault 5, después de permanecer una semana entera estacionado a pocas cuadras de su apartamento con la muerte adentro sin que nadie lo notara. Solo quedó una nota de suicidio escrita en francés para su hijo Diego y la imagen eterna de la Seberg mirando a la cámara, mirándonos, dibujando o cerrando sus labios con sus dedos para mirarnos unos segundos más y voltearse para siempre.


La nota se puede olvidar..., sus pensamientos aún se pueden leer:

I run too fast,
I fly so high
I hit so hard
Too wide my eye
Too full my heart
Too deep my pain
So short the kiss…

                                  Jean Seberg


miércoles, 19 de mayo de 2010

La Politica Colombiana

La primera y última vez que escribí algo relacionado con política fue por allá en 1992 ó 1993. Transcurría el gobierno de Cesar Gaviria Trujillo “La Revolución Pacífica” mientras estudiaba economía en ese cuatrienio de apertura económica. Recuerdo que había un ministro de comunicaciones de apellido Jaramillo que se vio involucrado en una polémica (nada excepcional) por unas narcofotos del año 1982 que lo mostraban descendiendo de una avioneta de propiedad del cartel de Medellín. Influido por esta noticia y mis primeros impulsos por encontrar, copiar, crear un estilo, escribí un relato titulado La sarta de las mentiras que ahora recuerdo haber surgido como la prolongación de un sueño. El relato que no he vuelto a leer desde entonces mostraba a un ministro encerrado en su casa, en su cuarto, negándose a abrir la puerta para ser llevado ante la justicia. Ya no recuerdo más detalles del relato, pero el titulo representaba y representa aún hoy para mí, la definición de la política, o por lo menos de la política colombiana que me ha tocado vivir; política colombiana que podría resumir así: empieza en el cuatrienio 1978-1982 con el insulso gobierno de Julio Cesar Turbay Ayala que con su incapacidad llevó a que Colombia se ilusionara en el año 1982 con el slogan del poeta de Amagá, Belisario Betancourt Cuartas, que terminó siendo un mal poeta y un pésimo gobernante. El slogan de “Si se puede” al final terminó siendo “No se pudo”, y obligó la elección en el año 1986 del gobierno del “cambio social” de Virgilio Barco Vargas, un liberal con máster y doctorado en economía en la universidad de Boston y el MIT (Massachusetts Institute of Technology) respectivamente, y que demostró con creces su ineptitud absoluta para hacerle frente al narcoterrorismo de Pablo Escobar. Para el año 1989 un país cansado y aburrido de los partidos políticos se encaminaba a votar masivamente por el eterno candidato rebelde que regresaba al partido liberal para ser presidente, un hombre que estaba destinado a ser el próximo presidente de no ser por la aún investigada confabulación Santofimio-Escobar o Escobar-Santofimio. El slogan de ese candidato era una pregunta? Un acertijo? Una opción? “Ahora o nunca”, y desafortunadamente para Colombia terminó siendo “nunca”. Con la indignación popular por el asesinato de Luis Carlos Galán el 18 de Agosto de 1989, el próximo presidente de Colombia sería cualquier nombre que designará el hijo de Galán al momento de su entierro, entonces la suerte le tocó a un político al que le faltaban por lo menos dos elecciones presidenciales más para aspirar por el solio de Bolívar; así fue electo Cesar Gaviria Trujillo: de carambola. Las siguientes elecciones fueron más sencillas y tristes, para el año 1994 Colombia votó por el candidato del partido liberal Ernesto Samper Pizano con el único propósito de impedir que el mediático (presentador de noticias) y superficial Andrés Pastrana Arango fuera presidente, así tuvimos el gobierno del “Salto social” y por ende del salto al vacío. Para 1998, y después de un cuatrienio de desprestigio nacional e internacional, Colombia vota a favor del superficial Andrés Pastrana Arango con el único propósito de impedir que el escudero de Samper, Horacio Serpa Uribe, fuera presidente y se premiara así la continuidad de un gobierno financiado por el dinero del narcotráfico. Para el año 2002 Horacio Serpa Uribe decidió facilitar las elecciones presentando por segunda vez su candidatura y obligando a los electores a votar por el candidato del Ubérrimo, el promotor de las Convivir, organización que desembocó después en las nefastas fuerzas paramilitares de Colombia: Álvaro Uribe Vélez. Para fortuna o no de Colombia, Uribe Vélez con todos sus errores y aciertos, con todos los escándalos que nunca han faltado en los gobiernos que recuerdo, fue reelegido después de modificar el mismo la Constitución Colombiana. Ahora para el 2010 el escudero de Uribe, Juan Manuel Santos, se presenta como candidato, mientras al otro lado de la contienda aparece un candidato que nadie esperaba, por lo menos no con tanta fuerza: el fenómeno Antanas Mockus. Este ya es un Antanas sin mostrar el culo, despojado de su traje de superhéroe, sin necesidad de tirar vasos de agua en medio de ruedas de prensa. Como escribió o interpreté que escribió Caballero en Semana: hay que votar por el menos peor, votar por Mockus. Votar por el menos peor es algo que a los colombianos siempre les ha tocado hacer.
Definitivamente escribir sobre política y sobre políticos es muy aburrido, quizás es por eso que el tema político, de lagarteria colombiana me tiene sin cuidado; y solo me llama la atención el talento de los políticos de hablar, contestar, preguntar, recitar programas de gobierno y propuestas de campaña sin decir nunca nada. Decir hoy a las 12.00 p.m. blanco y a las 12.05 p.m. negro, de hablar pestes del candidato rival y agradecerle embajadas o ministerios al resultar un ganador, decir que es idiota no cambiar de opinión cuando cambian las circunstancias y que la picardía es una buena práctica para Colombia. Ya han pasado muchos candidatos, muchos de ellos con estudios en el primer mundo, más preparados que el Kumis, con la capacidad innata de empeorar la situación del país cuatrienio tras cuatrienio. Todos sin excepción han robado, desde plata hasta las ilusiones del pueblo, por eso creo que no es descabellado que alguien que parece diferente robe esta vez, pero que robe poco y que en realidad haga algo para mejorar no solo las estadísticas de los economistas, sino las vidas de cerca de 45 millones de desamparados.